19/9/07

Ana Gorría


(Barcelona, 1979) ha publicado los libros Clepsidra , Accésit del Certamen María Isidra Quintina de Guzmán, (Plurabelle, 2004) y, en colaboración con la pintora Pepa Cobo y el compositor Juan Gómez Espinosa, Araña (El Gaviero, 2005). En estos momentos realiza su tesis doctoral y participa en diversos proyectos culturales como La Bella Varsovia.


Medardo Fraile ha dicho muchas veces que un cuento es tan frágil que se nos puede romper en las manos, y por eso es tan delicado y único. Sin saberlo, parece que estuviera hablando de la poesía que escribe lenta y trabajosamente Ana Gorría. Porque cada uno de los poemas de Ana parecen llegarnos en esos sobres acolchados en los que viajan protegidos a la espera de que el lector los abra y los disfrute. Como los enfermos de osteogénesis imperfecta, necesitan ir siempre protegidos contra los golpes. Cada una de las piezas de orfebrería que aparecen en sus libros son cuidados mecanismos, armoniosas estructuras que se ponen en marcha cuando los leemos.
Y, pese a lo que podría pensarse por lo dicho antes, sus poemas están, todos, sólidamente construidos con materiales eternos, duros, perdurables, que resisten sin problema los envites del tiempo. La fugacidad, el amor, el deseo, el afecto, los sueños, la erosión, etc. Todos se dan cita en sus composiciones.
De esa mezcolanza, de la unión de la solidez de los temas y las lecturas de la autora con el entramado sutil y delicado en que las ha imbricado, surgen unos poemas en los que el lector se ve atrapado. Como en una tela de Araña, midiendo con una Clepsidra el tiempo que demora el animal en dar cuenta de su presa. Uno se queda atrapado allí, leyendo una y otra vez los frágiles y contundentes versos, recreando las poderosas imágenes de cada poema, subyugado.
Destilados con la paciencia y el cariño del artesano, los poemas de Ana Gorría evidencian que el arte, siempre, es frágil y resistente, que es lo único que se tiene en pie aunque parezca que va a ser abatido en cualquier instante.

Antonio Jiménez Morato
Poemas

LÍMITES PARA EL CIELO


Después el sueño
lento,
la morosa

caducidad de un niño.

El animal que olvida la distancia.




SOLSTICIO


Canción de cuna inmóvil sobre los matorrales.
La luz
descansa
entonces,

rendida,

de incendiarse.




Umbilical

Para Elena y Alejandra

Estación transparente resuelta en luz y herida,

Lento espacio sin voz
abriéndose a la tierra.

Canción hasta el dolor, sueño de cal:
ardiendo
qué hilo no nos separa de la nada.